Para tener meses sin escribir sigo sintiendo esas ansias en los dedos que todo aquel que ejerce la escritura regularmente siente cuando tiene deseos por escribir. Podría justificar bastante mi escasez de letras, podría decirles que he estado leyendo, que no tengo tiempo por la escuela, que el cambio de ciudad y de ambiente afectaron mi ritmo, etc., pero no quiero dar escusas. Quiero dar cuentos.
Puedo contarles que en algún lugar del deefe, un poco al sur, un domingo hay quienes hacen tarea a las tres y veintisiete de la madrugada, toman la calculadora para hacer unas cuentas y luego poner unas notas en una hoja. Puedo contarles que hay otras personas dormidas y que el único ruido apreciable es el refrigerador que suena como suenan los refrigeradores. También puedo contarles de la bonita taza de vidrio llena de café que me espera, impaciente, para ser bebida hasta la gota final. Y que hay alguien que va al baño. Puedo decirles que no se ve ninguna estrella, pues el cielo está roto y ha vertido hasta la última luz brillante. Puedo decirles que quiero unas galletas o un pan para acompañar mi café, pero cualquiera de esas cosas resulta aburrida.
Creo que ya no sé escribir cuentos.
El extraño caso del Dr. Martín y Mr. Juan 