Después de tres meses de creer haberla olvidado, estaba con Ella a mi lado. Maldita coincidencia (que por cierto no existen). Yo había tomado el Matamoros y ella se subió unas cuadras después, en la calle que lleva a La Alameda. No harán más de 10 días que estuve ahí con Gabriela*, paseando entre la pequeña multitud de gente que todavía visita tal plaza. Sentado en mi lugar observaba por la ventana recordando aquella tarde y fue cuando sentí alguien colocándose a mi lado, era Ella, la verdadera. No un producto de mi imaginación. Después de un largo silencio me saludó, y por cortesía hice lo mismo. Ambos sabíamos nuestra condición de expareja y el final turbio que tuvimos no ayudaba mucho en estos encuentros casuales. Sí, la saludaba en el trabajo cuando la veía, siempre por respeto a lo que alguna vez tuvimos. Y ahora, viajando en el mismo transporte, parecía que al fin lo hablaríamos.
Se llegó el final de su trayecto y no había dicho nada. Durante el camino pronunció algunas palabras y frases irrelevantes, yo contesté con respuestas y comentarios irrelevantes. No tocamos el tema. Supuse que bajaría, más no lo hizo. Una sonrisa tímida de mi parte fue la respuesta a esa pregunta que me acababa de hacer al no bajar. Llegamos hasta donde yo habría de llegar y baje del autobús, Ella conmigo. Pronto estuvimos bajo un árbol y fue cuando, estando con Ella, recordé a Gabriela y las situaciones que me había orillado a separarme de ella.
*Creo que después de seis capítulos es necesario aclarar que Gabriela no es la misma que Ella (con «E» mayúscula). Creo que algunos se habrán podido percatar de eso en los otros textos, pero para evitar confusiones futuras quisé aclararlo aquí de una vez por todas.