Memorias de algun tipo sin recuerdos VI.

Cuando el globo despegó, el viejo Ab’ Mustapha se enloqueció en un susto de los mil demonios. Nunca había estado más de tres metros sobre el suelo, mas que en una ocasión en la subió una palmera para bajar a su hija. Prefería estar en el suelo. Este miedo no se resolvió considerando que el globo fue atacado por una medusa gigante. Pero al fin habían aterrizado. Llegaron por la madrugada a las Islas de Kraken. En el aeropuerto, cubierto por la nieve, habían ahí unos cuantos globos y poca gente. Serían las cuatro de la mañana. Ab’ quería iniciar inmediatamente con la búsqueda de su hija, pero Guillou, que seguía herido después del ataque de la medusa, prefería descansar y aprovechando el tiempo «libre» conocer la ciudad. Así que nuestros dos héroes terminaron separándose, otra vez.

Ab’ no se atrevió a alejarse mucho del aeropuerto, fue a una posada para preguntar sobre Berlusconi. Guillou salió del aeropuerto y comenzó a vagar por las calles solitarias y nevadas de Anastasia. Los edificios eran grandes y las calles anchas. Todavía había muy poca gente despierta entonces esa enorme ciudad era la descripción perfecta de un pueblo fantasma. Guillou llegó al castillo de la virreina. Históricamente la máxima autoridad de las Islas de Kraken era siempre una mujer. en el castillo siempre había actividad ya que desde ahí se administraban todas las islas. Ab’ que ya era muy anciano, no era tomado en serio en las posadas a las que iba preguntando sobre el mafioso. Nadie creía que ese viejo estuviera dispuesto a enfrentar a uno de los hombres más poderosos y temidos del norte del reino. Guillou seguía vagando, un poco asustado por el silencio que imperaba.

Amaneció. La ciudad que parecía un pueblo fantasma se lleno de vida y de ruido.

Memorias del algún tipo sin recuerdos V.

Para el viaje hasta la ciudad de Anastasia no había medio más eficaz que el globo.El viejo kantorí Ab’ Mustapha estaba sentado cruzado de piernas y con los ojos cerrados en el suelo del terreno que hacía las veces de aeropuerto en su gran ciudad, abrió a penas su ojo izquierdo para ver como el impertinente Guillou Duné llegaba corriendo y Ab’, sin inmutarse o haciéndose el digno, no hizo más que decir un seco Hola. Duné que sabía el mal que había hecho al abandonar al viejo, se disculpa como era debido en esta clase de situaciones y juntos, el joven y el anciano, esperaron a que llegara el piloto que la secretaría de comunicaciones y transportes de K’anto les había asignado para su viaje a la ciudad de hielo.

Mientras ambos esperaban, una mujer de no más de treinta años, vestida como aventurera a la Indiana Jones y con gogles de aviador que le adornaban el cabello, preparaba para su vuelo un viejo globo de vapor al que, por lo que se leí en un costado, llamaban el Heisenberg. Cuando la aeronave estuvo lista, la capitán Brunette Riose fue en busca de quienes serían su tripulación durante los próximos días de viaje. Llegó a la cafetería donde esperaban los viajeros y con ayuda de la brújula en su mano logró encontrar al hombre de sesenta años y calvo que en esta ocasión sería el cliente. Ahí estaba Ab’ acompañado de Guillou.

La capitán Riose dio las instrucciones que tenía que dar a sus pasajeros y los guió hasta el que sería su transporte. Ab’ no podía ocultar el miedo que sentía, nunca antes había estado más allá de diez metros sobre el suelo y lo único que conocía era su pueblo natal, K’anto.

Memorias del algún tipo sin recuerdos IV: los diálogos.

—Samira…

—¿Sam.. ira? —preguntó desconcertado Ab’, ese nombre, precisamente ése, lo recordaba— el nombre de mi hija es Samira, Sam… ¡yo la recuerdo!

En efecto, Samira fue la hija de Ab’ hasta que el viejo olvidó todo y dejó su vida en el pasado obscuro que ocultaba su memoria. Ella contrato a Guillou, un asesino a sueldo y guardaespaldas de medio tiempo para proteger a su anciano padre. Sam estuvo trabajando algunos años en cierta parte de Anastasia*, por algunos rumores entre los marineros se enteró de la locura creciente del «Bailarín de las arenas», es decir, el apodo con el que era identificado su padre por los viajeros. Ella mandó llevar desde K’anto hasta Anastasia a su madre ya que conforme iba haciendo su vida en la gran ciudad se fue adentrando en un mundo de ocultismo. En el ahora antiguo imperio de Los Reyes se escuchaban las historias de lo que predicaba un tal Ab’ Mustapha en las áridas tierras de K’anto. En un principio creía que su padre hablaba más que tonterías. Ella trató de ayudar a su padre haciéndole callar sus delirios de conspiraciones pero solo logró separar más la familia. Tiempo después fue secuestrada, consiguió ponerse en contacto con algunos mercenarios y contrato de Guillou para proteger a su viejo y lo llevarlo al norte.

Ab’ no pudo con tanta información tan de pronto y decidió apartarse, le gritó a su compañero rastafari que se alejara, que lo dejara solo; él no tenía nada que hacer. Sus emociones de padre le obligaban a hacer algo, pero cómo o qué podría hacer si ni siquiera conocía (o recordaba) a su hija. Tendría que encontrar las susodichas respuestas e ir ver que sucedía, cuál era el meollo de todo ese asunto. Después de un rato de sinpensarlodosveces, fue al aeropuerto de K’anto (tal Ricky de Casablanca), y compró un boleto sin regreso a Anastasia, dejando atrás a Guillou y toda posibilidad de sobrevivir en el frío norte, terrible error.

Guillou, mientras tanto, sentía la culpa de no persistir quedarse con el hombre sesentañero; con la consciencia sucia fue a ahogar las penas en alcohol en un bar cercano, más por el gusto por el alcohol que por las  penas. Entre el tufo y la ebriedad se encontró con un extraño y enorme hombre musculoso en los sucios baños de esa malamuerte. El hombre le habla con su voz ronca y grave, apretando sus dientes para no dejar caer el puro, le saluda.

—Tú, el de las rastas, ¿no pudiste con tu vieja?
—Qu’est-ce que ca peut te faire? No le interesa…
—Já, francesito tenías que ser… ¿Cómo chingados te llamas?
—Guillou Duné
—Volaver, pa’ servirle a Dios y a uste’ —Guillou sonrió, luego Volaver extendió su mano sucia en gesto de saludo.

El joven no quiso tomar esa mano humedecida de orines y con una expresión de asco se hizo a un lado. Sobresaltado y molesto el nuevo amigo del pelirasta, se pone de pie y lo comienza ahorcar con sus enormes manos, cuando se percata del desmadre causado en el baño, decide ir afuera e invita a Duné algo de cerveza. Comenzaron a platicar.

—Tu nombre es Guillou y yo no me río de eso, pendejo… No ando viajando por el mundo para que me salgan con esas pinches majaderías —advierte la cara larga del francés— ¿qué sucede?
—Voir Volaver, mis pro-problemas no son de vostre resso-vuestra incuncencia, mejor tais-toi , no seguir preguntado per faveur —contesta enojado.
—Mira, pinche, no me vas a callar, trato de ser amable contigo. Si no quieres ser amable, te lo diré de otro modo pedazo de perra infertil: tu actitud no solucionará cualquier jodería que tengas.

El tal Volaver tenía razón, Duné tenìa una trabajo que hacer. Recorrió corriendo K’anto hasta llegar al aeropuerto justo a tiempo para ver a Ab’ comprando los boletos.

*Una ciudad de hielo al norte.