Tolvaneras

54d734e426df9dc8cf09b95baf1fb852Cuando el Arquitecto se fue lo único que dejó fue una carta que ni si quiera estaba destinada a la que hubiera sido su reina. Helena al saber esto corrió por las calles buscando a su amado, pero al doblar en las esquinas lo perdía para volver a encontrarlo siempre delante de ella. Ella corrió por toda la ciudad sin saber si tomaba el camino correcto pensando en si podría detenerlo, si tendría las palabras o la voluntad para hacerlo. Cruzaba los puentes por abajo cuando él los cruzaba por arriba. Salía de un callejón con la sorpresa de qué él ya había estado ahí. Y a la salida de La Ciudad de los Reyes lo vio, caminando cubierto por sus largas prendas apenas mostrando su rostro, sin llamar la atención voluntariamente pero acaparando las miradas de todos, que sin conocerle sabían quién. Helena corrió, lo detuvo del brazo y no supo quién robó el beso. Todo acabó ahí. Tuvo la voluntad de alcanzarlo pero no de seguirlo.

Veinticinco días después de que el Arquitecto se había marchado de la ciudad hermosa, Helena moría. Ella moría de distinta forma a como lo había hecho toda su vida, aunque el fin era el mismo el dolor ya era distinto. Para ella se levantaba la tierra y enterraba a quien había traído el viento a las calles de una ciudad que ahora parecía llena de vacíos. Helena habría querido ser objeto de su querer y sus deseos, motivo de sus suspiros o sueño de su eterno insomnio. Pero él había decidido irse. Pasaron los meses y no hasta tres cuartos de año que, más que extrañarlo notó su ausencia. Él estaba ausente y su condición era justa pues no dejaba espacios para cualquier otra descripción.

El día en que Helena murió encontró al Arquitecto en otro mundo.
—¿Sabe usted lo terrible de vivir en un lugar tan lleno de gente? Es precisamente el vacío. —Dijo él, con la grandilocuencia que ella había amado.
—El vacío está en su alma, señor. Tan humano usted. – Y por fin ella lo vio como lo que era.
—Los humanos somos tristes y locos.
—Por supuesto que los humanos estamos todos locos; aunque yo no lo definiría en sus términos.
—¿En los míos o en los humanos?
—Naturalmente los suyos, considerando que la conversación es entre nosotros. ¡Qué arrogantes! Hablando de humanos como si fuéramos dioses… ¿A caso no somos ejemplares humanos?

Se les olvidaba lo muertos que estaban hasta que ella recordó lo que había querido decirle los últimos meses, pero por su fuga repentina no había tenido la oportunidad de escuchar. De su efímerez había nacido un vástago, que había mermado las fuerzas de ella y heredado las suyas. A ella le preocupaba, pues le recordaba a él.

—Se llama Peri y lo han contado como uno más de la casa Duné. Si me permite, y con todo el amor del mundo le soy honesta: usted es la persona más frágil y ese futuro me asusta para mi hijo.
—¿Y si no se lo permito?
—Ya se lo dije de todos modos… Tengo miedo.
—¿Qué sugiere usted?

Claro que ella ya no podía sugerir nada y menos hacer algo. A él también le preocupaba porque ella tenía razón. Pero sus quereres eran distintos y él lo entendía mejor que ella. Su pobre cariño ni tumba tenía ni tendría. Él se había reconciliado con el mundo, cuando un río de soledad no le fue suficiente decidió ahogarse en un mar. No había sido difícil, nunca lo era.

—Hablar con usted ya es suicida —afirmó ella para sorpresa de él.
—Eso me hiere, he de admitir.
—Disculpe, no era mi intención —pero sí lo era.

Así iba la conversación. Cansada e hiriente. La carta iba al hijo de ésta y de él, como un consejo que debía perdurar los siglos hasta que el destino se la leyera a Cruz Vera con la voz de su amada Lucía Eido. Helena la leyó antes de morir como creía que el Arquitecto deseaba sin admitir: Cuando alguien les rompe el corazón lo quieren hacer cómplice de la vida, de su sufrimiento y miseria. No se quieren hacer responsables de sus propios sentimientos. Pero ustedes tienen la culpa por sembrar sentimientos en tierras estériles. Usted tiene la responsabilidad, no la obligación ni el derecho, de hacerse feliz. Y fue este el pensamiento que guío a Peri Duné, hijo de un fraude según los Reyes, por el resto de su eternidad.

Pueden encontrar más información sobre la historia pasandose por varias de las categorías del blog. Espero les haya gustado. Tardo meses en escribir, pero quiero creer que los resultados son buenos. En fin. Que tengan buenas vacaciones de primavera.

Día de los muertos

mariposa del infierno

Según leí en wikipedia, y según nos enseñan desde preescolar, el día de muertos es una tradición mexicana en la que se muestra gran parte de la diversidad cultural del país. Se celebra después del anglosajón Jalogüin, comienza el primer día de noviembre y finaliza el segundo día de dicho mes coincidiendo con ciertas celebraciones católicas.

¿Y por qué digo eso?

Pues me pareció una buena forma de iniciar la nueva temporada en mi blog después de mucho tiempo de parecer estar muerto. Sí, lo sé. Siempre regreso con buenas nuevas, promesas de que todo mejorará, etc. Pero hoy no les prometo nada. Solo digo «hola», otra vez.

¿Qué ha sido de mí?

Sigo estudiando física en la Facultad de Ciencias de la UNAM, por ende sigo viviendo en chilangolandia el Distrito Federal de mi amadísimo país. He leído algunas cosas que de poco en poco iré contando. Ya publiqué este cuento en un periódico o revista mensual que hay en mi facultad. Será eso un pequeño paso para los escritores, pero un gran paso para mí. Los invito a leer el cuento en el enlace que ya puse (y que aquí vuelvo a poner), ya que, creo yo, está relacionado con el día de los muertos.

¿Por qué la foto?

Nuevamente, está relacionada con el día o algo así. Quienes hayan visto Bleach recordarán a las mensajeras de los shinigamis, las mariposas del infierno. La foto la tomé yo saliendo del Metro Universidad.

Finalmente les dejo mis redes para que si gustan se pongan en contacto, den +1 o me requetetuiteen: