Ay mujer. De nuevo te vi después de sabrá Dios cuantos meses, ahora que comenzaremos febrero. Crucé corriendo el boulevar Torreón-Matamoros para alcanzar el Dalias y ahí estabas, dándome la espalda sin darte cuenta. Te percataste de mi sombra y giraste tu cuerpo tratando de parecer indiferente y así confirmaste lo qué me temía: eras tú, eras Ella. Idéntica a Gaby salvo por la altura (eres más pequeña) y el discretísimo lunar en tu barbilla. No puedo olvidar tampoco tu cabello ondulado y me apendejaste con tu ignoración hasta que me di cuenta de que el autobús ya venía.
Subiste al camión seguida de algunas mujeres que también lo esperaban y yo me quedé abajo junto con los hombres que aun somos caballeros. Al subir te busqué con la mirada y casualmente el lugar detrás de ti estaba vacío. Mirabas a través de tus lentes y a través de la venta esquivando al hombre obeso a tu lado; buscabas ignorarme, lo sé. Luego con el transporte ya en marcha pensé en hablarte, pero preferí escribirte o simplemente saludarte. Saqué una pluma y un pedazo de cartulina -que por alguna razón estaban en mi mochila- y escribí «Hola, ya no nos volveremos a ver».
Cuando ya iba llegando a donde debía de llegar me apresuraba a tomar valor y entregártelo. Temía que no me reconocieras pero eso no importaba, tenía que darte el mensaje, tenías que leerlo, tenías que saber qué aún te recuerdo. Me puse de pie sujetándome de los asientos y tratando de no incomodar a la gente, tenía el papel en mi mano derecha, listo para dejártelo en tu regazo…
El chófer se pasó una cuadra y yo baje, apretaba mi puño derecho, tratando de desaparecer esa pequeña carta que debí entregarte. Crucé la calle pensando en registrar lo sucedido -cosa que hago justo ahora- y al llegar a la otra banqueta leí de nuevo el pedazo de cartulina: una tontería. Caminé algunas cuadras y tiré el mensaje, olvidándolo a él y a ti. Olvidando por fin a Ella.