Cualquier parecido con Poe es mera coincidencia, pues esa tarde lluviosa habías estado leyendo El gato negro, El corazón delator y Berenice y ahora tenías en tu cabeza imágenes absurdamente paranoicas. Al igual que la vida de aquél ilustre, llena de caprichos, impulsos, pasiones, tus ideas se mofaban de este mundo.
El extraño paquete que habías recibido por la mañana estaba sobre la mesa, lo observabas absorto. Qué contendrá que es capaz de hipnotizarme, te preguntas. Luego el gato de tu hermano sale de entre las sombras. Nada nuevo hay esta tarde en la silenciosa casa donde las únicas almas (que son las únicas) hablan entre elas con tics y tacs y miaus. El gato te mira con aire perturbadoramente humano directo a los ojos, con esos sus ojos rasgados, profundos, fijos. Camina a ti.
Tu respiración crece. Sus pasos, calmados, lo acercan. Pata a pata sientes como tu corazón salta, pidiendo a gritos salir de tu pecho, sin embargo, el gato pasa de largo tu lugar en la sala. Entra a la habitación continua. El cuarto donde duerme tu hermano su dueño.
Un carro. Un charco. Una voz femenina grita. Golpean la puerta de entrada de la casa. La lluvia arrecia y las pesadas gotas ensordecen al estrellarse en la cartera que cubre el pórtico. Abres la puerta. Una joven empapada entra apresurada en la sala. Tu prima, asustada, te dice haber visto algo extraño en la calle, un animal, dice. Ella secándose el cabello y tu ofreciéndole una silla, escuchan un relámpago. El animal que dijo haber visto se dirigía a la casa y de pronto un charco la invitó a bañarse en el agua precipitada sobre la calle.
Tu hermano, por mientras, sigue acostado, sin hacer ningún ruido… incluso la lluvia ha dejado de caer. La tranquilidad reina de nuevo… al menos por unos minutos. Suena un ligero golpe, como una caída. Algunas frases entrecortadas se escuchan confundiéndose con un gemido al parecer humanoide. Tu prima va a ver a tu hermano, quizá sea una de sus numerosas alergias. El gato maúlla. Se rompe por tercera vez el silencio.
Sale una sombra de la habitación de tu hermano. El gato se aleja tranquilo de la puerta del cuarto. Observas su peculiar figura, muy bien torneada, quedas atrapado por sus calculados movimientos. No apartas –ni puedes apartar– la vista. Sales del trance al escuchar la voz, ahora quebradiza, de tu prima. Sale del cuarto cubriéndose la boca. Sus ojos, abiertos como platos, gritan el asco.
El felino por fin se detiene. Susurrando, templando, tu prima habla de un rostro desfigurado, sin mandíbula, que aún respiraba, de un corazón que aún latía, que todavía vivía. Pero demasiado tarde… el gato, al parecer ahora con la misma mirada humana de hace rato, no estaba del todo detenido. Gira, lamiéndose unas manchas de sangre sobre su pelaje. Te observa. Sientes como clava su mirada en tu ombligo.
Intimidado, bajas la mirada a tus piernas. Algunas herramientas de cirugía dental sobresalen de las bolsas de tu pantalón, no se queda atrás el extraño cuchillo sobre tus manos. Aterrado, volteas a ver a tu prima. Ella cae asustada, pálida, fría. El gato, deja caer desde sus fauces treinta y dos objetos blancos, objetos blancos como dientes…
Ahí ha muerto tu hermano.