Memorias del algún tipo sin recuerdos V.

Para el viaje hasta la ciudad de Anastasia no había medio más eficaz que el globo.El viejo kantorí Ab’ Mustapha estaba sentado cruzado de piernas y con los ojos cerrados en el suelo del terreno que hacía las veces de aeropuerto en su gran ciudad, abrió a penas su ojo izquierdo para ver como el impertinente Guillou Duné llegaba corriendo y Ab’, sin inmutarse o haciéndose el digno, no hizo más que decir un seco Hola. Duné que sabía el mal que había hecho al abandonar al viejo, se disculpa como era debido en esta clase de situaciones y juntos, el joven y el anciano, esperaron a que llegara el piloto que la secretaría de comunicaciones y transportes de K’anto les había asignado para su viaje a la ciudad de hielo.

Mientras ambos esperaban, una mujer de no más de treinta años, vestida como aventurera a la Indiana Jones y con gogles de aviador que le adornaban el cabello, preparaba para su vuelo un viejo globo de vapor al que, por lo que se leí en un costado, llamaban el Heisenberg. Cuando la aeronave estuvo lista, la capitán Brunette Riose fue en busca de quienes serían su tripulación durante los próximos días de viaje. Llegó a la cafetería donde esperaban los viajeros y con ayuda de la brújula en su mano logró encontrar al hombre de sesenta años y calvo que en esta ocasión sería el cliente. Ahí estaba Ab’ acompañado de Guillou.

La capitán Riose dio las instrucciones que tenía que dar a sus pasajeros y los guió hasta el que sería su transporte. Ab’ no podía ocultar el miedo que sentía, nunca antes había estado más allá de diez metros sobre el suelo y lo único que conocía era su pueblo natal, K’anto.