Bicicleta

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Esta es una avenida o bulevar o boulevard en mi natal Torreón. Pasé y tomé el camión en debajo de este puente durante algunos años y ahora solo es una coyuntura de caminos y no el punto de partida que fue en su momento.

Crónicas de autobuses, camiones y demás VII

Después de tres meses de creer haberla olvidado, estaba con Ella a mi lado. Maldita coincidencia (que por cierto no existen). Yo había tomado el Matamoros y ella se subió unas cuadras después, en la calle que lleva a La Alameda. No harán más de 10 días que estuve ahí con Gabriela*, paseando entre la pequeña multitud de gente que todavía visita tal plaza. Sentado en mi lugar observaba por la ventana recordando aquella tarde y fue cuando sentí alguien colocándose a mi lado, era Ella, la verdadera. No un producto de mi imaginación. Después de un largo silencio me saludó, y por cortesía hice lo mismo. Ambos sabíamos nuestra condición de expareja y el final turbio que tuvimos no ayudaba mucho en estos encuentros casuales. Sí, la saludaba en el trabajo cuando la veía, siempre por respeto a lo que alguna vez tuvimos. Y ahora, viajando en el mismo transporte, parecía que al fin lo hablaríamos.

Se llegó el final de su trayecto y no había dicho nada. Durante el camino pronunció algunas palabras y frases irrelevantes, yo contesté con respuestas y comentarios irrelevantes. No tocamos el tema. Supuse que bajaría, más no lo hizo. Una sonrisa tímida de mi parte fue la respuesta a esa pregunta que me acababa de hacer al no bajar. Llegamos hasta donde yo habría de llegar y baje del autobús, Ella conmigo. Pronto estuvimos bajo un árbol y fue cuando, estando con Ella, recordé a Gabriela y las situaciones que me había orillado a separarme de ella.

*Creo que después de seis capítulos es necesario aclarar que Gabriela no es la misma que Ella (con «E» mayúscula). Creo que algunos se habrán podido percatar de eso en los otros textos, pero para evitar confusiones futuras quisé aclararlo aquí de una vez por todas.

Crónicas de autobuses, camiones y demás V

Ay mujer. De nuevo te vi después de sabrá Dios cuantos meses, ahora que comenzaremos febrero. Crucé corriendo el boulevar Torreón-Matamoros para alcanzar el Dalias y ahí estabas, dándome la espalda sin darte cuenta. Te percataste de mi sombra y giraste tu cuerpo tratando de parecer indiferente y así confirmaste lo qué me temía: eras tú, eras Ella. Idéntica a Gaby salvo por la altura (eres más pequeña) y el discretísimo lunar en tu barbilla. No puedo olvidar tampoco tu cabello ondulado y me apendejaste con tu ignoración hasta que me di cuenta de que el autobús ya venía.

Subiste al camión seguida de algunas mujeres que también lo esperaban y yo me quedé abajo junto con los hombres que aun somos caballeros. Al subir te busqué con la mirada y casualmente el lugar detrás de ti estaba vacío. Mirabas a través de tus lentes y a través de la venta esquivando al hombre obeso a tu lado; buscabas ignorarme, lo sé. Luego con el transporte ya en marcha pensé en hablarte, pero preferí escribirte o simplemente saludarte. Saqué una pluma y un pedazo de cartulina -que por alguna razón estaban en mi mochila- y escribí «Hola, ya no nos volveremos a ver».

Cuando ya iba llegando a donde debía de llegar me apresuraba a tomar valor y entregártelo. Temía que no me reconocieras pero eso no importaba, tenía que darte el mensaje, tenías que leerlo, tenías que saber qué aún te recuerdo. Me puse de pie sujetándome de los asientos y tratando de no incomodar a la gente, tenía el papel en mi mano derecha, listo para dejártelo en tu regazo…

El chófer se pasó una cuadra y yo baje, apretaba mi puño derecho, tratando de desaparecer esa pequeña carta que debí entregarte. Crucé la calle pensando en registrar lo sucedido -cosa que hago justo ahora- y al llegar a la otra banqueta leí de nuevo el pedazo de cartulina: una tontería. Caminé algunas cuadras y tiré el mensaje, olvidándolo a él y a ti. Olvidando por fin a Ella.