Los amorosos

«Los amorosos viven al día, no pueden hacer más, no saben. Siempre se están yendo, siempre, hacia alguna parte. Esperan, no esperan nada, pero esperan…» – Jaime Sabines

Edgar, un joven viudo agobiado por la soledad en su vida, sale todos los días en búsqueda del amor. Laura, una tímida muchacha a quién le acaban de romper el corazón.

Una serie de eventos los conecta sin que ellos se den cuenta. Ante el vacío, ambos vagan por la ciudad, curiosamente su soledad los mantiene rodeados de gente que ignoran.

El amor, sin duda, para ellos no existe.

Sobre las hermosas mujeres

Qué hermosas son las mujeres que Dios ha puesto en mi camino. Qué hermosas son las mujeres que Dios no ha dejado que me correspondan. Qué hermosas son esas mujeres que me prefieren como amigo. Qué hermosas son las mujeres que no me han besado. Qué hermosas son las mujeres que he visto con cabrones. Qué hermosas son las mujeres que su máxima meta es ser sumisas. Qué hermosas son las mujeres que tienen novio. Qué hermosas son las mujeres que le lloran a quien no les llora. Qué hermosas son las mujeres que he besado. Qué hermosas son las mujeres que me mandan hasta la chingada. Qué hermosas son las mujeres que me corresponden.

Padre, perdónalas porque no saben lo que hacen.

Primer fundación

Trescientas ochenta y cuatro palabras llevaba cuando borré todo lo que tenía ya escrito. Comencé de nuevo hablando sobre la juventud del mundo humano, sobre como hace siglos los hombres llegaron a estas tierras rojas dispuestos a civilizarnos. Nos llamaban salvajes cuando ellos eran las verdaderas bestias. Una a una fueron destruyendo a cada familia que habitaba el valle sobre el río Skaya. Algunos logramos huir antes de que su dios, algún ser al que invocaban bajo el nombre de Eiros, apareciera. Creíamos que sería el final y que nos tendríamos que despedir de los matorrales que desde siempre habíamos cuidado. Pero nuestro dios, el dios del suelo y del aire, el agua y del fuego bajo de su carroza en llamas y creando nubes dejó caer sus lágrimas en los extranjeros que ese día nos atacaban sin que nosotros los hubiésemos provocado. Cuando la mayoría de los guerreros que buscaban nuestras piedras había sucumbido ante el ardor del agua de Sikey, él bajo del cielo con cabeza de león y cuerpo de hombre, se paró ante mí que lo miraba desde el suelo, de un salto se enterró en el centro de la pradera y del lugar comenzó a brotar agua hasta formar un lago. Luego, el jefes de los guerreros extranjeros se arrodillaron reconociendo a un verdadero dios y se fueron. Años después volvieron en son de paz y aceptamos, no había rencor. Así fue como se fundo una villa para las familias de Yaroz.