Ness Urquizo contemplaba el pasto en el jardín de la nueva casa de su hermano Sancarlos y su esposa Bibiana. Después de la boda había sido invitado a pasar unos días en familia. Sancarlos conocía a su hermano menor y, aunque no podía entender su soledad, podía empatizarlo. La joven Bibiana Edisthom venía del nuevo continente, con carácter de extranjera resultaba atractiva a los nativos de Yaroz y como ella estaba acostumbrada a las temperaturas templadas de Tellar sufría el verano eterno del sur de las tierras rojas. Mientras ella se encargaba de las flores y su color en el jardín, Sancarlos preparaba el carbón para una parrillada, Magdalena platicaba con su madre y el patriarca, ya anciano, ayudaba a Sancarlos encendiendo el fuego; Ness sólo veía crecer el pasto y sentía como le hormigueaban los dedos con deseos de escribir.
A doce horas de viaje, Romana Quintana leía: El general veía el campo de batalla, ¿era este el camino que lo llevaría a la princesa raptada por el titiritero? No podía saberlo. Había mucho silencio esa mañana y el general la contemplaba con respeto «La mañana del sábado parece un desierto poderoso» dijo con su implacable voz ese hombre que tumbaría a un caballo con solo dos dedos y jalándole las orejas, ese hombre del cuyo nombre huían hasta las almas más valientes de cualquier reino enemigo, ese hombre cuya furia al perder a su prometida ya era legendaria, ese hombre mejor conocido como el General Bernabé Barragán Quintana, tercero en la jerarquía de Los Reyes y, hasta hasta la llegada del misterioso titiritero, primero en el corazón de la princesa Amelia Geas de los Reyes de la familia Geas, hija única del vigésimo tercer Rey, Jacobo Sanjuan Geas. El silencio de esa mañana en Kanto era increíble, ni siquiera el viento silbaba y el dios Suev no le había pedido al Sol que saliera. Parecía una calma perfecta para reflexionar la inutilidad de una guerra contra cualquier nación, pues, después de todo, solo era cuestión de encontrar a una princesa secuestrada; no ganar territorios ni más riquezas. Nada de eso le interesaba al general Quintana. Si la guerra se había levantado era por evidentes deseos de los Reyes, no así del pueblo…» Romana fue interrumpida en su lectura por su compañero Jared Alcantará, quien le llamaba por el video desde su patrulla.
Había localizado al padre del niño sobreviviente en los asesinatos de febrero. El hombre en cuestión, caucásico de cuarenta y dos años, entradas prominentes, cejas pobladas, nariz aguilucha, orejas pequeñas, con un lunar en la frente sobre la ceja izquierda y una cicatriz en el antebrazo derecho, posiblemente de una fractura expuesta ya que se notaban las marca de los tornillos, presentaba un aspecto bastante descuidado pero limpio en su forma de vestir. Fue entrevistado por el detective Romana y el oficial Alcantará. Hace semanas, Jared Alcantará concluyó la identidad del padre gracias a los registros de varios crímenes menores que éste había cometido. Lo difícil fue dar con su paradero. Se le encontró durante el descanso de Romana por casualidad mientras Jared investigaba los barrios bajos tras la pista de un traficante de drogas.
—Eres un suertudo, Alcantará —dijo Quintana a su compañero al entrar a la sala de interrogatorios.
—No fue suerte. Tengo habilidades…
—Jonathan Jones Real —interrumpió la detective callando al oficial en el acto—, eres difícil de encontrar. Tal vez por eso la ausencia de pensión alimenticia para tu hijo.
—Ashley es una puta. No me pueden asegurar que ese bastardo sea mi hijo. No tienen pruebas.
—No seas idiota —murmuró Alcantará.
—Podríamos tenerlas, sólo es cuestión de un poco de sangre. Pero por ahora ese no es el problema; Antonia da Queen está muerta —Quintana fue al punto.
—¿Qué? —preguntó el hombre como si no le extrañara.
—Hay testimonios de vecinos que te veían cerca del edificio en la calle Morgue. Varias grabaciones lo confirman. También se ve en los videos que estuviste presente el día después de los asesinatos. Después desapareciste —la detective hizo una pausa para ver cómo reaccionaba Jones Real, éste comenzaba a sudar, tenía ambas manos cubiréndose el miembro y aunque con la cabeza baja, no retiraba la mirada del oficial Alcantará, para Quintana esos dos no eran distintos a dos perros de pelea que se preparan para atacar—. Lo único que necesitamos es una confesión —continuó por fin la detective, aunque eso era mentira, ambos oficiales necesitaban más que una confesión ya que sabían que eres hombre no era el culpable.
—¿Por qué ibas al lugar? —trató de imponer su autoridad Alcantará.
—Todo mundo sabe que Antonia era una puta. Se la pasaba gritándome… pero yo cogía gratis.
—Nunca cumpliste tus deberes de pensión —contestó tranquilamente Romana.
—Ella no era una buena madre para ese bastardo. Me pedía feria para darle de tragar, yo le daba la verga y ella comía. Cuando se quedaba satisfecha ya no me reprochaba nada y yo me iba tranquilo.
—En los videos, se nota que no eras regular en tus visitas. ¿Cómo es que entrabas por la madrugada?
—Antonia me dio la clave del edificio —aunque el edificio era viejo, poseía clave de acceso, sólo los habitantes tenían derecho a conocerla.
—A parte de ti nadie tenía esa contraseña…
—Sólo iba por el sexo.
—¡No mientas imbécil! —gritó Alcantará mientras le propinaba un puñetazo en la cara a Jones Real.
—¡Tranquilo oficial! —interrumpió el detective Quintana.
—¡Tú violaste a la puta y luego la mataste! —gritó Alcantará con una sonrisa un tanto macabra, como si fuera el quien deseara haber violado a la mujer.
—¡No maté a nadie! —se defendió Jones.
—Mataste a todos y por culpa o por suerte dejaste al niño.
—¡Claro que no!
—Cierto… ¿pensabas violarlo también?
—¡Silencio, oficial! —lo abofeteó Romana que en ese momento estaba asustada por la actitud que estaba tomando su siempre pusilánime compañero.
—Vendí la clave de acceso a unos tipos. Prometieron que no tocarían al niño. Aunque tampoco creí que fueran a matar a alguien.
Y así, después de más de cuatro semanas un pista parecía tener sentido. La complejidad del caso consistía principalmente en que cada asesinato era diferente. No había un patrón. Incluso parecía que un asesinato en el quinto piso había sucedido al mismo tiempo que uno en el primero. Algunos parecían suicidios otros claramente asesinatos. Tampoco había huellas digitales de gente que no fuera del edificio. Aunque la nueva pista apuntaba a unos simples ladrones y que nada en el edificio hubiera sido robado hacía de esta pista algo dudosa. Era mejor que nada. A parte de esto, Romana Quintana estaba sorprendida por la actitud del siempre torpe oficial Jared Alcantará que en esta ocasión había tomado tan agresiva y perturbadora.
Ness descansaba en una hamaca después de comer. Se estaba quedando dormido y podía ver figuras en sus párpados. Estas figuras solían aparecer mientras escribía, pero nunca eran lo suficientemente claras. Solía considerarlas como una ilusión por sus ojos cansados de estar abiertos, o causadas por los fármacos que consumía. Disfrutaba buscándoles forma y en esta ocasión veía el rostro de un hombre mayor que él, mas todavía joven. Lo veía asustado. También veía una especie de rayo que se acercaba al rostro y lo hacía explotar eventualmente, incluso podía escuchar el ruido de la colisión. Sentía su propio pulso acelerarse y ahora veía claramente al hombre caer desde un puente peatonal sobre los autos que pasaban a alta velocidad. Se veía a sí mismo en uno de los extremos del puente y a un niño en el otro extremo. ¿Era él mismo? Imposible saberlo. Sentía algo familiar al ver a ese niño. Podía ver, sentir y escuchar la lluvia ácida sobre su cuerpo. En medio del puente, donde debía estar el hombre antes de caer, se encontraba otro que al parecer lo había empujado. Cuando Ness iba a ver el rostro de este segundo hombre sintió como si el mundo diera vueltas y luego el estaba cayendo al cielo nocturno que pronto se convirtió en zacate. Magdalena le jugó una broma a su hermano tirándolo de la hamaca.