Laberintos

Sr. Araña-Caracol

Se me hizo de noche otra vez mas ahora estaba contigo bajo un árbol. Había problemas, sí, los abismos se estaban sumando y cada tiempo era más difícil que estuviésemos juntos. Tic-tac, tic-tac, ¿qué pasaba? El tiempo. Siempre era el tiempo. La ciudad prendió la luz y nos ocultamos bajo los faros en aquella plaza. La luz estaba encendida y al verte noté que en ti algo brillaba. Tú en tu laberinto me mostrabas las llaves para salir de él. Te irías a donde comenzó todo, era una despedida. Finalmente me abriste la puerta de entrada. Fotografiaste al instante mi mirada para no olvidarla. Fue mi señal de marcha para avanzar por el laberinto, para entrar en ti. Tratando de no toparme con los problemas que ahora te angustiaban. Iba tratando de escuchar las llaves que abrieran más puertas en ti, viendo abismos en los que podría caerme y buscando de dónde aferrarme a tu vida, acercarme ya por lo menos. Iba avanzando por el laberinto.

Encendiste un cigarro y en el kisco prendieron la radio. Las cosas se habían estado complicando, los problemas que ya había cuando nos conocimos ahora formaban el laberinto por el que ahora eras tú quien se iba. No queda más que descifrar el caracol. Como aprendices de mago, conjuramos los signos secretos de un tango. Un tira y afloja bajo el agua. Complicidad al tejer el laberinto. Fotografié, mientras tanto, tu mirada y tatué tu recuerdo. En mi muñeca el reloj sangraba las horas, el tiempo fluía junto con la sangre por nuestras venas. Nos matamos debajo del árbol, te fuiste dejando un cuadro en las paredes correspondientes a tu recuerdo. Un vago pinto las memorias dentro de mi inconsciente. Se ven los gritos y se escucha la sangre, pero al final del laberinto…

[Nota: Hay de referencias a algo, en algún lado]

La ciudad de los lirios

En la ciudad hermosa, adornada con flores, montañas cubiertas con nubes, la fiesta se iniciaba y nos daba a todos los presentes algunos de los más bellos sones que la joven Miza habría de tocar en su —sabrán los dioses si— corta vida. Se disfrazaba la vida y yo veía a Elena. ¡Ay!, ya anhelé sus senos. Sobresalían de su caja torácica, perfectos, redondos y firmes, enormes de pequeños pezones.

Concentrada, no fallaba ni una sola nota, siempre acompañando el compas de los demás instrumentos, la violinista me opacaba desde dentro. Se veían los colores saltando con esas formas sonatas. Los nobles disfrutaban y los meseros servían. ¿Y nosotros los músicos? Comentando sobre los vestidos y smokings.

¿Qué tal un disfraz de lirio? Elena era bella a pesar de su descolorida piel, blanquecina podría ocultarse en la nieve. Sus ojos celestes, se ocultaban en el cielo y ella bailaba, vestida de flor, deliraba. Sus pies pequeños, sus piernas largas. Representaba una danza de máxima sensualidad. Yo mientras tocaba mi lira, moría del delirio que me provocaba verla desde lejos y no poder acercarme. Era miraba el no poder acercarme. Eso lo sabía, de tanto verla provocaría su desgaste, tan bella ella. La fiesta continuaba y Elena bailaba, Miza tocaba y yo mendigaba monedas a la entrada, con mi única compañera, mi amada ira. Tocaba. Soñaba con que llegara a darme unos centavos en la lata atada a mis zapatos, que me ofreciera un baile y después consumirnos en la locura, juntos, ocultos, bailando.

Ella me construye y me destruye. Termina mi vida para terminar, o comenzar, con la suya. De aquí, de conmigo, huye.

Crónicas de autobuses, camiones y demás V

Ay mujer. De nuevo te vi después de sabrá Dios cuantos meses, ahora que comenzaremos febrero. Crucé corriendo el boulevar Torreón-Matamoros para alcanzar el Dalias y ahí estabas, dándome la espalda sin darte cuenta. Te percataste de mi sombra y giraste tu cuerpo tratando de parecer indiferente y así confirmaste lo qué me temía: eras tú, eras Ella. Idéntica a Gaby salvo por la altura (eres más pequeña) y el discretísimo lunar en tu barbilla. No puedo olvidar tampoco tu cabello ondulado y me apendejaste con tu ignoración hasta que me di cuenta de que el autobús ya venía.

Subiste al camión seguida de algunas mujeres que también lo esperaban y yo me quedé abajo junto con los hombres que aun somos caballeros. Al subir te busqué con la mirada y casualmente el lugar detrás de ti estaba vacío. Mirabas a través de tus lentes y a través de la venta esquivando al hombre obeso a tu lado; buscabas ignorarme, lo sé. Luego con el transporte ya en marcha pensé en hablarte, pero preferí escribirte o simplemente saludarte. Saqué una pluma y un pedazo de cartulina -que por alguna razón estaban en mi mochila- y escribí «Hola, ya no nos volveremos a ver».

Cuando ya iba llegando a donde debía de llegar me apresuraba a tomar valor y entregártelo. Temía que no me reconocieras pero eso no importaba, tenía que darte el mensaje, tenías que leerlo, tenías que saber qué aún te recuerdo. Me puse de pie sujetándome de los asientos y tratando de no incomodar a la gente, tenía el papel en mi mano derecha, listo para dejártelo en tu regazo…

El chófer se pasó una cuadra y yo baje, apretaba mi puño derecho, tratando de desaparecer esa pequeña carta que debí entregarte. Crucé la calle pensando en registrar lo sucedido -cosa que hago justo ahora- y al llegar a la otra banqueta leí de nuevo el pedazo de cartulina: una tontería. Caminé algunas cuadras y tiré el mensaje, olvidándolo a él y a ti. Olvidando por fin a Ella.